Al cumplir treinta y nueve años este 3 de agosto, Carlota Casiraghi se encuentra en una etapa de consolidación de una figura pública que, con el paso del tiempo, se ha distanciado conscientemente del arquetipo asociado a la familia principesca de Mónaco. Su trayectoria, marcada por una deliberada discreción y un profundo interés por la vida intelectual, ofrece un notable contraste con la de su madre, la princesa Carolina, a la misma edad. Este aniversario permite analizar los caminos divergentes de dos mujeres unidas por el linaje pero separadas por sus decisiones y temperamentos.
Una trayectoria definida por la discreción
A diferencia de otras figuras de la realeza europea, Carlota Casiraghi ha optado por una exposición mediática controlada y selectiva. Su presencia pública está más vinculada a sus proyectos culturales y a su rol como embajadora de la firma Chanel que a la crónica social. Fundadora de los Encuentros Filosóficos de Mónaco, una iniciativa que promueve el debate y la reflexión, ha orientado su imagen hacia sus intereses intelectuales.
Esta inclinación no es una construcción reciente. En declaraciones al periódico británico The Telegraph en 2024, expresó su intención de apartarse del estatus inherente a su familia: «Trato de distanciarme del estatus de la realeza». Añadió que la lectura de autoras feministas le había ayudado a no guiarse por las expectativas ajenas, subrayando la importancia para ella de la «liberación de ciertos convencionalismos». Este enfoque ha definido la gestión de su vida privada, especialmente en lo que respecta a sus relaciones personales y a la crianza de sus dos hijos, mantenidas con un hermetismo considerable.
No administra perfiles públicos en redes sociales y sus entrevistas son escasas, concedidas habitualmente en el contexto de sus actividades filosóficas o literarias. Esta actitud contrasta con la de su hermana menor, Alexandra de Hannover, quien mantiene una presencia más activa y visible en eventos sociales y en el entorno digital, atrayendo la atención de una nueva generación.
Un historial sentimental de carácter intelectual
La vida sentimental de Carlota Casiraghi refleja un patrón coherente con su personalidad. Sus relaciones más significativas han estado ligadas a hombres del ámbito creativo e intelectual. A los veinticinco años inició una relación con el actor Gad Elmaleh, quince años mayor que ella y con quien tuvo a su primer hijo, Raphaël. La separación se produjo de forma discreta, sin que trascendieran los motivos.
Posteriormente, mantuvo una relación de dos años con el director de cine italiano Lamberto Sanfelice. Más tarde contrajo matrimonio con el productor Dimitri Rassam, hijo de la actriz Carole Bouquet, amiga cercana de su madre. Con Rassam tuvo a su segundo hijo, Balthazar. La unión, que parecía cimentada en intereses culturales compartidos, finalizó tras ocho años. Actualmente, se le atribuye una relación con el novelista francés Nicolas Mathieu, ganador del Premio Goncourt. Este vínculo parece reforzar su afinidad por el mundo de las letras y el pensamiento, una faceta que ella misma ha descrito como una «adicción a los libros».
El espejo de Carolina de Mónaco a los 39 años
Para comprender la singularidad del percorso de Carlota, resulta útil examinar la situación de su madre, la princesa Carolina, cuando alcanzó la misma edad. A los treinta y nueve años, la vida de Carolina estaba marcada por circunstancias dramáticas y una exposición mediática de alta intensidad. Llevaba varios años viuda tras el fallecimiento en 1990 de su esposo, Stefano Casiraghi, en un accidente náutico.
La conmoción por aquella pérdida tuvo consecuencias profundas y visibles. Durante ese periodo, la princesa comenzó a aparecer en público con la cabeza cubierta por pañuelos, una circunstancia que ocultaba una alopecia areata, una condición dermatológica a menudo asociada a niveles extremos de estrés. La preocupación por su estado de salud fue tal que su hermano, el príncipe Alberto, se vio en la necesidad de ofrecer explicaciones a la revista estadounidense People, atribuyéndolo a un «asunto dermatológico, nada serio» y asegurando que su cabello volvería a crecer.
Las crónicas de la época vincularon este episodio tanto con el duelo por su marido como con el estrés derivado del inicio de su relación con Ernesto de Hannover. En aquel momento, el príncipe alemán todavía estaba casado con Chantal Hochuli, amiga de Carolina. La relación se mantuvo en secreto durante más de un año, una situación que, según algunas interpretaciones de la prensa del momento, contribuyó a la tensión emocional que experimentaba la princesa. Su vida sentimental, a diferencia de la de su hija, se caracterizó en esa etapa por una mayor convulsión y un escrutinio público constante.
La construcción de un legado personal
La comparación entre madre e hija a la misma edad revela dos formas distintas de afrontar un destino similar. Mientras Carolina asumió desde muy joven el papel de primera dama del Principado, especialmente tras la muerte de su madre Grace Kelly, Carlota ha declinado conscientemente ese rol. Su estrategia se ha basado en la participación selectiva y en enfocar la atención en proyectos que trascienden su figura personal.
Este método le ha permitido conservar una identidad propia sin desaparecer del todo del ámbito público. Su relevancia no se fundamenta en la omnipresencia, sino en una calculada ausencia que dota a sus apariciones de un interés particular. Al cumplir treinta y nueve años, Carlota Casiraghi no es solo la heredera del estilo de su madre, sino, sobre todo, la artífice de un espacio personal e intelectual propio, construido con una prosa firme al margen de las expectativas depositadas sobre el apellido Grimaldi.

